viernes, 29 de febrero de 2008

Fumar, libertad para intoxicarse

Es probable que estén cercando a los fumadores para detectar a los pachecos de entre ellos (léase, compló). Una de las características más comunes entre los que tienen predilección por la marihuana es que, para disfrazar el singular olor de la mota se fuman un Marlboro (o de la marca que prefiera el sujeto). Tal vez, algunas mentes brillantes alcanzaron a dilucidar la abominable relación del tabaquismo con los mariguanos, pero sólo es una conjetura muy pero muy pachequísima. Por otro lado, existe la sospecha que confundido entre nosotros anda merodeando el célebre Big Brother -aquel que hizo famoso George Orwell en su novela "1984", no el de la tele-, para vigilar a los disidentes de la buena salud que andan por ahí sin recato ni mecate contaminando el mundo y a los herederos de la tierra.

Como quiera que sea, la nueva Ley que prohíbe el consumo de tabaco en lugares públicos plantea un principio de segregación. Por supuesto que ya se sabe de los efectos nocivos que produce ese condenado hábito a quienes lo llevan a cabo y también a los que no tienen tal costumbre -en caso de que sean vecinos de aquel prójimo mal nacido, sobre todo si tal proxemia es muy estrecha. Sin embargo, lo que están provocando se aleja mucho de la idea de toda norma que es regular las relaciones sociales, están creando una distinción entre los "buenos" y los "malos" ciudadanos, porque unos han decidido no contaminar su cuerpo y los otros por el placer de deteriorar el propio, pero que al fin comparten la misma circunstancia de existir.

Absurdo es el planteamiento de esta Ley puesto que, para empezar, nuestro sistema de procuración de justicia es notablemente deficiente. Ahora, pretenden hacer de cada ciudadano "ecológicamente" conciente un policía de sus coterráneos más cercanos, una nueva distracción para ciudadanos aburridos. ¿Por qué no se ocupan en elaborar normas que efectivamente castiguen a los "Gobernadores preciosos" de hoy y del futuro?, por decir algo que ya es bastante.
Es factible pensar que este puede ser el primer paso para hacer del tabaco una droga ilegal, pero luego nacerían los cárteles de las cajetillas de cigarros, por supuesto, importados; y ya luego se andarían matando por el tráfico de embarques millonarios de Camel o Benson; en tanto, los altos mandos militares, los políticos más poderosos, los jerarcas religiosos, potentados de cuantiosas fortunas y algunos artistas de la música pop, sin la menor comezón moral, bien que se fumarían un buen cigarro cubano.

Históricamente, toda exclusión que realizan ciertos grupos sobre otros, indefectiblemente, produce violencia y -como dicen ahora- polarización. Esta característica de distinguir a unos de otros y separarlos en diferentes bandos es particular de las religiones y sus dogmas, también de la política y sus ideologías con resultados más que funestos.
En el fondo de esta nueva Ley existe una tendencia notablemente integrista, tendencia que apunta hacia el establecimiento de una moral única acendrada en una falsa ética ambiental, porque a decir verdad, todos contaminamos y contaminan más los que más consumen y no específicamente tabaco.

Precisamente, los neoconservadores más radicales, máxime siendo capitalistas, defienden a ultranza los privilegios que concede el dinero y el progreso de la industria que es la que se está llevando entre las patas al mundo rumbo al precipicio de una crisis ecológica. Hay que explotar y ensuciar la tierra que para eso Dios nos la dio. Ah, pero hay que controlar la mente y el cuerpo de aquellos humanos irremediables que insisten en contaminarse a sí mismos, literal y metafóricamente. ¿Quién es el dueño de nuestro cuerpecito, el Estado, la religión, las hegemonías, las mayorías o nosotros mismos?

Estoy de acuerdo en que ya era suficiente en delimitar espacios para fumadores y no fumadores, o cortésmente consultar la opinión de los presentes si toleraban el humo del cigarro. Sin embargo, ¿somos terriblemente incapaces para comunicarnos, al grado de hacer imposible la convivencia?

En este tiempo que lleva mi generación, a ratos sospecho que nuestro mundo está experimentando una regresión moral a épocas como el medioevo, porque existe un miedo latente e irracional a vislumbrar el fin inminente de la civilización.

3 comentarios:

Marlén Curiel-Ferman dijo...

Pues no vengo a opinar de lo del tabaco... más bien quiero agradecerte el comentario a mi dardo Venus Inmortal. Me pareció muy atinado lo que dijiste... y sobre todo, muy valiente, tomando en cuenta que sos hombre. Gracias, y que siga la yunta andando.

Marlén Carrillo Hdz-Ferman

Mónica Sánchez Escuer dijo...

Estoy absolutamente de acuerdo contigo. La ley antitabaco, como la llaman, es un buen ejemplo de la intolerancia disfrazada de "bienestar público".
Saludos

Unknown dijo...

El razonamiento que sigues no tiene sentido: si en un restaurante te sirven tu sopa y yo llego y orino en ella, según tú lógica no puedes (ni debes) quejarte y DEBES comértela TODA porque resulta que hay un club de millones de mexicanos que nos encanta orinar en la sopa de los demás y si alguien intenta evitarlo me esta "segregando".

Si alguen se queja de que orine en su sopa "están creando una distinción entre los "buenos" y los "malos" ciudadanos. Y eso (según tu) no puede ser.

(Ahora que lo pienso tomar los orines de alguien es mucho menos dañino para la salud que respirar el humo de un fumador cercano).