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viernes, 15 de febrero de 2008

Del amor y la mierda

El amor no está en los discursis de la televisión, tampoco en los clisés empachados de los valores morales cuasi religiosos ni en esa corriente necesidad de dar o recibir a ultranza regalitos endulcorados dignos de las costumbres más conservadoras que se han inventado un mundo que, gracias a las tarjetas de crédito, es más placentero y deseable que todos esos que no tienen para obsequiarse, porque también existe el mundo real, pero nadie tenemos el estómago para sentirlo.

Sin duda, el amor no tiene nombre y tampoco es una costumbre de palabras ni ademanes y mucho menos, símbolos que en el fondo están vacíos, el amor metafísico no existe. Está antes que en todo lo anterior y todas las invenciones y delimitaciones de la libido por la cultura del simulacro. El amor es la proxemia de los cuerpos desnudos, sus secreciones, calores y tibiezas.

Es un mero instinto animal, un caldo químico en el cerebro, el olor embriagador del sexo, los sudores, unas nalgas suaves y blandas al tacto y que después de tales excursiones de los sentidos se vuelve el instante irrenunciable, la eternidad mortal, el deseo que nunca se satisface. Es el instinto de la persistencia y la conservación de la vida; la praxis completa entre la idea y la acción porque siempre se piensa lo correcto aunque no lo sepamos con exactitud y se hace conforme a esa intuición que no tiene un lenguaje legible cuando se intenta expresar pero que endenantes, ya sabemos.

El problema de esta pasión, cuando prevalece su pureza, siempre ha sido la individualidad de sentirla y la imposibilidad de expresarla cabalmente, contra la percepción de los que están fuera de esa experiencia íntima y solitaria. Cuando se comparte o se intenta compartir ocurren demasiados malentendidos, algunos llegan a tolerarse por lapsos considerables de tiempo, otros se instalan en la fantasía de que se entienden perfectamente y los más patéticos usan filtros artificiales para entender lo que las convenciones ya dan por entendido, mientras caminen siguiendo ciertas líneas de pensamiento a las que se suele llamar dogmas o ideologías.

Este instinto tan vehemente y profundo, en la mayoría de los casos, produce disidencia, inconformidad y se termina luchando contra todos los valores de la cultura que se interponen. Es un instinto revolucionario mientras cabalga insomne bajo el corazón de la voluntad. No hay mejor argumento para la locura que el amor.

Ya hubo quienes quisieron clasificar las formas del amor, filial, fraterno y eros. A veces se mezclan esas definiciones, en ocasiones no admiten la intrusión de otras formas de esa pasión. Finalmente seleccionamos y dirigimos la querencia según sea el caso, el motivo, el interés, el desinterés, el apego o el desapego. Como sea, los asuntos del amor, por lo general, son cosas de la imaginación y de la represión autoinfligida; durante mucho tiempo albergamos una idea sobre lo que debería ser y cuando finalmente llega el momento de la consumación del enamoramiento sucede que no era como lo soñamos o como esperábamos que fuera. Al final se entiende que no tiene membretes, es como es y se distribuye con la naturalidad de la intuición que es más inteligente que todas las cosas aprendidas; lo más deseable es que tal comprensión no llegue al final, final.

Todos hablan de él y todos buscan el obsequio perfecto o las palabras adecuadas, ese amor es una mierda. Sin embargo, el verdadero amor es aquel que desciende hasta la mierda y regresa incólume.